Ayer el frió entro a hurtadillas por debajo de mi ventana, sin ningún tipo de pudor o compasión se coló entre las sabanas de mi cama. Me sacudió con su generosa ración de gélidas cosquillas. Inútilmente trate de huir de aquella helada de realidad que destrozaba el contrapuesto sueño en el que nos merendábamos a besos. Practique sin mucho talento, la tanta veces observada y admirada posición de bola que de forma natural adoptan los felinos mientras duermen…
El exterior habita fuera de mi cama, es extremadamente hostil, mi cuerpo poco más que un ovillo tiritón, se arma de valor para salir otro día más a la superficie. Busco entre los favoritos de mi memoria a ese recuerdo que me de la energía necesaria para llegar a la ducha. Paso al menos 10 minutos bajo ese chaparrón de calor antes de abandonar la desidia pesimista que me cubre cada mañana y vuelvo a ser persona.
58 planteamientos diferentes para una nueva vida recorren mi mente mientras transita una hora de mi existencia entre escaleras, autobuses, y vagones de metro. Como siempre me quedaré con el más fácil… seguir perdido, seguir saboteando.
Si esta mañana me dejará llevar…
Elegiría ser ramita
De un árbol sin nombre
Y caer…
Por el beso lento
del viento.
Que la manita
Del niño de pueblo,
Desnuda de complejos,
Suelte
A este ser de madera
En la acequia
Donde confluyen
Los sueños.
En su miradita
insolente
yo soy la barca,
Impermeable,
Flotante,
Que se aleja
Poco a poco
De la mano
Que la arrojo
A la corriente.
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